jueves, 23 de diciembre de 2010

Las razones del Estado para terminar con las libertades personales

Un día de primavera, la hora de las luces, el sol se esconde tras el océano infinito de nuestros deudos, sepultados en la improvisada y macabra tumba del olvido. Nada parece anormal, pero esa es justamente la peor pesadilla. Solo en esos pensamientos aislados de contacto alguno es donde puedes mirar el horizonte tratando de ver que es lo que viene. El ruido, las luces, las sirenas del estado policiaco, el infernal apuro, te recuerdan día a día que seguiremos siendo un medio para el fin de otros. Esas horas de sol anaranjado, de brisa marina y de los primeros faroles, me transportan mágicamente a un estado de olvido irresponsable, de los días de alcohol y las minas en las infinitas escaleras del puerto, los días que no tenían un mañana, solo una larga noche. Hay veces que tener recuerdo es más ingrato aún que el no tenerlos, porque te recuerdan violentamente lo que has perdido, tu libertad.

En su reposo hipócrita de tranquilidad panfletaria, ya ninguno de los viejos líderes está dispuesto a salir a las calles a defender aquellas rebeldes ideas que les dieron pensiones vitalicias de por muerte. No existen vestigios de lo que algún día llamamos nuestra república. La memoria colectiva reemplazada por los 'prime time' de los medios, solo ha dejado espacio a algunos monumentos heroicos, que supieron de gloria sangrienta y negociada, alzando las espadas del metal cobarde del esclavismo social y del magnánimo Estado. Ya no hay humanos en las calles, solo perros y cables que conectan las virtuales orgías de los zánganos de la vida de plástico. El asesino en su cuartel, el ladrón en su oficina de mármol, el traidor contando historias en los bares punto web y el escueto individuo oscuro de los pasillos de la burocracia en su casa, educando la carne del asado. No hay destino, dicha función fue privatizada. Si consideramos que el IPC solo se vio afectado por la brusca alza del precio del oxigeno, podríamos decir que avanzamos directo al desarrollo pleno de nuestra sociedad perfecta.

El último proyecto que se debate en el senado, el cual elimina las libertades de diferir y de preferir, ha demorado solo un par de minutos en ser aprobado, en su centésimo tramite. La discusión se vio fuertemente dificultada por la escasez de eruditos entendidos en la oculta ciencia del diferir y preferir, en virtud de lo cual se consensuó en solo eliminar dichos exóticos derechos dado el desuso de ellos. Ningún honorable quiso arriesgar su reelección por tratar temas tan lejanos a la gente. Desde ahora, el ejecutivo licitara las preferencias en valores transables en las bolsas de Nueva York y Tokio, y las diferencias serán eliminadas en un plazo de 2 meses, por la cual finalmente se eliminara del diccionario dicho añejo vocablo. Ha sido una gran victoria para la coalición gobernante.

Sin diferencias se fundara el partido único, eliminando de inteligente manera las inconducentes discusiones. Se ahorraran millones de dólares de las arcas fiscales al no existir necesidad de perder tiempo en discusiones, destinándose dichos recursos en generar programas de empleos básicos para los más necesitados. Se calculo que los fondos que se recaudaran podrán solventar solo algunos meses de dichos planes, ya que por desgracia el costo de expertos en generación de empleos inútiles es carísimo, siendo de paso la profesión con mayores grados de estrés laboral.

Pero la vedette de la fiesta es la abolición de las preferencias. Con dicho instrumento legal, el Estado podrá licitar las marcas únicas de bienes de consumo, servicios, y otros. Además de las grandes sumas que invertirán las multinacionales en las propuestas de licitación y coimas, el ahorro generado por la anulación de la publicidad y la recuperación de espacios destinados a lo último, permitirá al gobierno la contratación de diversos bufetes de abogados para la redacción de los proyectos de ley que permitan eliminar todas las libertades personales, la gran promesa del ejecutivo. La práctica no habitual de las libertades personales, ligada al libertinaje y uso impropio e irresponsable de ellas, llevo a los actuales gobernantes a incluirlos en sus programas de gobierno. ¿Quién quiere ser libre si solo con ello gastamos más en cautelar dichas libertades, si con esos recursos podemos ayudar a la dueña de casa a darle de comer a sus hambrientos hijos? ¿Hasta cuándo debemos amparar a los pocos desquiciados que quieren hacer lo que se les ocurra si con ello no podemos generar más empleos? No es un problema de libertades, es un asunto de solidaridad con los desvalidos, nadie puede anteponer sus mezquinos intereses ante el resto de sus compatriotas. Ese es el discurso oficial del gobierno, aplaudido y elegido por la inmensa mayoría de los electores.

Y con estas grandes tesis filosóficas, escritas en algunas miserables servilletas en el bar de la esquina, las libertades y todo lo que conocemos de la prohibida palabra democracia han desaparecido. Tiempos difíciles y oscuros se avecinan para quienes queremos simplemente elegir entre un chicle de menta o uno de fruta. No quedamos muchos, y yo estoy muy viejo y cansado para aventurarme en una loca carrera hacia la muerte digna. Es cierto, estoy cansado y en desuso. No hay esperanza, mientras la iglesia profesa los últimos estudios que comprueban que Cristo no fue un hombre, sino un fantasma holográfico de la voluntad del todopoderoso y que nadie puede imitar su ejemplo. No hay destino, Google es la concesionaria de la licitación y hoy informa de cada curso de vida a todos los contribuyentes mediante el uso de un poderoso sistema informático. "La imaginación al poder" escribieron los rebeldes del '68 en París, los mismos que hoy nos venden la libertad por algunos verdes. Dinero sucio, sangriento, violado y privativo. Sin destino y sin esperanza no hay más que hacer, solo esperar sentado en el ocaso del imperio a mirar como los sucesos nos confunden y envuelven en la vorágine de la autodestrucción.

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