jueves, 20 de junio de 2013

La Actitud Innovadora

No hay recetas mágicas para desarrollar una innovación exitosa, al menos ninguna receta exacta que permita asegurar un éxito total en el estudio de una idea. Ni siquiera alguna aproximación o fórmula que permita reducir el riesgo de dichos proyectos. Solo podría decir, como conclusión de las diversas experiencias y casos estudiados, que mientras más intentes innovar, en algún momento aumenta de forma importante la probabilidad de tener éxito, fundamentalmente por el desarrollo de la musculatura personal o corporativa para lograrlo. Y por eso solo existen recomendaciones, mejores prácticas, o buenas intenciones que, al final del día, terminan ahuyentando a la gran mayoría de directivos que prefieren no tomar riesgos y apostar por proyectos seguros, aún cuando hayan vociferado a los cuatro vientos que quieren abrazar la innovación y para siempre, como si fuera una nueva moda del management.

Creo, basado en mi experiencia personal en ésta materia, que el problema es anterior. No se trata de correr a abrazar la innovación, para colocarla en el afiche de la misión y visión corporativa, ni siquiera de tratar de entenderla: es un problema de actitud. Y la actitud, como todo driver emocional, si no es propicia al riesgo y a lo nuevo, bloquea sistemáticamente la posibilidad de ver o entender esas sutiles relaciones no evidentes entre las componentes fundamentales de los sistemas que queremos modelar o explicar, pero que no por ello son inexistentes. Están igualmente allí, pero no logran presentarse ante cualquier observador.

Es decir, si un proyecto es muy bueno y no tiene 'peros'... ¡dime donde invierto! Pero la innovación no es tan fácil, al menos no para la gente normal. Las ideas que creamos, prometedoras o no, producen miles y miles de 'peros' que, como ladrillos, levantan una muralla muy difícil de saltar. Y mientras más alta la muralla que construimos, menor la esperanza de poder saltarla. Y ese es exactamente el punto que quiero desarrollar, porque es allí donde se necesita una actitud innovadora, o atreverse a dar un paso no necesariamente 'by the book' y que podría ser en falso. Porque cuando vemos que la muralla es muy alta y la incertidumbre, el desconocimiento, y la ignorancia en su buen sentido, alimentan éstos 'peros' que van aumentando su altura, vamos asumiendo mientras la alimentamos que será imposible saltarla. Pero, ¿quién dijo que tenemos que saltarla?; ¿quién dijo que no podemos saltarla?; ¿conocemos la fuerza potencial de la idea como para ‘medir’ la capacidad de ese salto, si fuera el caso?; ¿no podemos rodear la muralla?; ¿no podemos escalar la muralla?... En fin, podría escribir varias páginas de preguntas de la misma índole. 

Al momento de hacer una evaluación temprana, muy necesaria cuando se trata de innovación, tendemos a valorizar y/o cuantificar los datos inciertos de tal manera como si fuera cualquier otro tipo de proyecto, y he ahí el error. Estamos haciendo algo nuevo, y no tenemos porqué asumir que ciertas condiciones o cosas sucederán. Hay que evaluarlas, y evaluarlas muy bien antes de emitir juicios, porque para eso estamos, para eso somos profesionales, para eso al menos yo estudié seis años de ingeniería y dos años más de un magister, porque las integrales y las sumatorias no son solo herramientas de tortura estudiantil... Pero, por sobre todo, hay que hacer la pega antes de asumir como verdaderos ciertos rumores, comentarios de pasillo, etc., porque solo conociendo el real potencial de la innovación podremos conocer la fuerza del atleta que requiere ‘saltar la muralla’. O a lo mejor descubrimos que una pequeña pulga la puede franquear con éxito, entendiendo con ello que pueden ser otros, con menos grasa corporativa y con mayor capacidad de emprendimiento, quienes puedan tener éxito allí donde las grandes empresas fallan en la innovación, lo cual nos permitiría abrir filiales, apoyar a terceros en una suerte de ecosistema en torno a mi corporación, etc.

Si vamos a colocar vallas en la carrera, y no porque seamos majaderos anti innovación o conservadores ni nada por el estilo, necesitamos primero conocer esas vallas, como están emplazadas, que altura tienen, además de entender simultáneamente y al mayor detalle posible si nuestro atleta logrará sortearlas, cuanta fuerza tiene, de que necesita alimentarse, que entrenamiento debe tener, que músculos debe desarrollar, porque de lo contrario no estamos evaluando, sino simplemente prejuzgando para no avanzar en esa dirección. Y esa es la actitud ganadora, la actitud innovadora, que debe estar presente cuando queremos y buscamos cosas nuevas. Ese es creo yo el chip que hay que cambiar. Y no estoy diciendo para nada que debamos lanzarnos de cabeza a cualquier idea loca que se nos ocurra, sino dar la verdadera y honesta posibilidad de que la idea con potencial innovador compita en una cancha pareja con los 'peros' que dicha idea puede llegar a presentar.

Y decirlo no es tan difícil, pero hacerlo, actuar con aquella convicción de actitud que solo tienen algunos iniciados, no es para nada fácil ni común. Respondemos ante lo nuevo con el conocido ‘cerebro de lagarto’ que tenemos alojado en nuestras cabezas, heredado de nuestros antepasados menos complejos que les permitió (y nos permite a nosotros) responder instintivamente ante escenarios de cambio que pueden poner en peligro nuestra existencia (como personas) o viabilidad de largo plazo (como sistemas). Pero hemos logrado evolucionar bastante desde aquella biología original, y debemos entonces desarrollar ésa actitud, la de evaluar en condiciones parejas y a la vez buscar y propiciar dicha igualdad, antes de desechar basado en rumores, murallas de 'peros' u otros prejuicios que no ayudan, porque al final la medida de lo que es caro o barato no son absolutas, son completamente relativas a la rentabilidad, utilidad u otros beneficios que pueda producir un proyecto, y que no siempre (y menos en ésta época y a futuro) son posibles de cuantificar económicamente.