viernes, 12 de noviembre de 2010

El Rechazo al Cambio

Tiempo atrás, en un seminario del norteamericano Tim Hurson sobre metodologías de pensamiento productivo, el relator nos hizo ponernos de pie y en parejas de a dos, en donde uno levantó su mano derecho poniéndola en posición vertical, y el otro tenía que empujar al primero con su puño en la palma de la mano. En el 90% de los casos, quienes tenían la mano levantada ejercieron una fuerza contraria al puño, intentando contrarrestar el impulso del primero. Insólito, pese que a justo antes de ser empujado por el puño entendí de que se trataba el ejercicio, igualmente intenté contrarrestar su movimiento con la palma de mi mano. Que nos intentaba demostrar ¿? Que el cuerpo humano está estructuralmente desarrollado para rechazar el cambio a nivel completamente inconsciente, ya que corresponde a una reacción instintiva que deriva del autocontrol que ejerce nuestro cerebro para evitar el peligro. Así como respiramos y nuestro corazón late a nivel subconsciente, los mecanismos de reacción al peligro se activan automáticamente sin que alcancemos a racionalizar la respuesta. Es así como un conductor frena estrepitosamente ante la posibilidad de arrollar a un niño que corre tras su pelota y pasa frente al auto, y después se da cuenta que el vehículo frenaría mejor si hubiera pisado el pedal lento pero constantemente hasta detenerse en menos metros (así es como nacen los frenos ABS).

Lo anterior, lejos de desmovilizarnos por la opción de cambiar nuestras estructuras mentales en función del desarrollo de nuevas formas de trabajo más eficientes, es un excelente punto de partida para ello. Y la razón es muy simple, ya que al momento de internalizar que estos mecanismos actúan en forma automática, podemos ser conscientes de porqué rechazamos a veces en forma visceral cualquier tipo de cambio en nuestra estabilidad local y, así como aprendemos a controlarnos en ocasiones que normalmente sabemos podemos explotar de ira, podemos aprender también a desechar nuestro impulso casi irracional a decir que no cuando se nos manifiesta una nueva forma frente a nosotros. Ya no se trata entonces de ser reaccionarios frente al cambio, sino de ser proactivos a ceder ante nuestros impulsos más básicos que tenemos grabados a fuego en nuestros instintos.

Por ello, una de las técnicas de creación de ideas que propone Tim Hurson en su discurso justamente trata de evitar evaluar las ideas mientras las vamos desarrollando, porque naturalmente tendemos a analizarlas y rechazarlas en el acto. Esto ocurre muy a menudo en los llamados ‘brainstorming’, en donde al final poco se obtiene porque el ejercicio se ve interferido por ésta natural reacción que prácticamente no podemos evitar. Además, el proceso generativo de ideas tiene una característica fundamental en su multiplicación que es la reacción en cadena, esto es, por cada idea que se lanza sobre la mesa, sin análisis ni rechazo, surgen varias ideas nuevas por el puro hecho que las mismas nos llevan a nuevos dominios de soluciones que antes no habríamos explorado si no fuera por estos iluminantes que surgen en nuestra conciencia creativa. Entonces, en vez de apagar el impulso creador, no solo lo aviva sino que además lo multiplica. Pero claro, el proceso genera ‘mucha basura’ en su desarrollo, y es ahí cuando las ideas generadas deben ser limpiadas, tratadas, conjugadas y analizadas, de manera de obtener la mejor solución del grupo creador. Pero siempre después, no durante, de manera de sacar el máximo provecho al proceso.

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